De madrugada

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Para tecnología punta y eficiencia energética la de mi botijo. Me levanto temprano y bebo agua de él y es como si estuviera bebiendo de un manantial transparente y frío. Mi botijo es lo contrario de la obsolescencia planeada: cuantos más años pasan, más fresca y sabrosa pone el agua. Ahora que los fieles de la Iglesia de San Steve Jobs se levantan de noche para hacer cola en las puertas de las tiendas donde venden el iPhone 7, o como se llame, como si esperaran a la coagulación de la sangre de San Genaro, la versión de mi botijo sería la 0.0, por seguir con la jerga: es tan perfecta que no ha variado en siglos. Como dice el gran diseñador Miralles, clásico es lo que no puede ser mejorado. Así que mi botijo es un clásico. Hoy decía el periódico que cada español produce al año 18 kilos de basura tecnológica. Mi botijo, que no ha gastado ni un céntimo de energía de ninguna clase en los años que lleva conmigo, se romperá alguna vez y se disgregará sin dejar rastros en la misma tierra de la que salió, clara arcilla porosa que transpira igual que una piel humana, y tiene un tacto parecido, un tacto de panza fría, por mucho calor que haga. El botijo está muy mal visto en la literatura española, porque nada más mencionarlo te llegará un inspector a colocarte la etiqueta fulminante de costumbrismo y de realismo garbancero. Pero yo bebo de él y me parece que estoy bebiendo las mañanas frescas de agosto de la huerta de mi padre. La bebida más inspiradora para mí es ese agua que parece haberse ido enfriando lentamente a lo largo de la noche en una cisterna muy profunda. Una de las cosas que recuerdo de mi primer viaje a Madrid es un botijo. Era de barro rojo, no claro, como los nuestros, y estaba en el quicio de una ventana. Yo tenía 14 años y prácticamente nunca había salido de Úbeda. El agua de aquel botijo de Madrid me supo muy rara, más salobre que la nuestra. Era un agua que le hacía a uno sentirse muy lejos. No es nostalgia de lo anticuado, o de lo vernáculo: es admiración hacia lo que beneficia y dura y no funciona a basa de combustibles sucios. El botijo es como la bicicleta, como el velero, como el catamarán polinesio, como el tranvía, como el molino de viento, como el lápiz, como los techos de cañizo para los jardines, como las cortinas de cuentas o de chapas de cerveza que dejan pasar la brisa y la claridad pero no los insectos. En un porvenir en el que la supervivencia dependerá del máximo ahorro posible en energías no renovables, la tecnología de estos inventos y otros que lleguen será cada vez más valiosa. Hay cosas que parecen anacrónicas porque son intemporales.